«Si me cuido estaré bien…»

Marleth enfrenta con valor la diabetes infantil

Por: Gladys Rodríguez Navarro

LA PAZ, BCS., 22 de abril.- “Desde los siete años tengo diabetes tipo uno. Soy insulina-dependiente”, expresa Marleth Sinaní, una niña sudcaliforniana que ha enfrentado con determinación su enfermedad, consiguiendo despejar desde muy pequeña sus temores y logrando su autocontrol.

Con apenas 14 años cumplidos el  mes pasado, en la sala de su casa Marleth platica que le detectaron la enfermedad cuando estaba en segundo año de primaria y ocurrió el primer episodio que alertó a sus padres: disminución de peso, visión borrosa, palidez y labios resecos. Sus estudios arrojaron niveles de hasta 500 mg/dl (miligramos por decilitro).

Tras la confirmación del padecimiento, vino el reto de apartar muchos miedos y resolver muchas dudas, además de cambios en su estilo de vida.

“La primera pregunta que le hice a mi mamá fue si me iba a morir. Después, si podría tener hijos, si me podía casar, que si qué iba a comer, por qué me tenían que inyectar, o si para qué servía la insulina y si había otros niños con lo mismo…”, recuerda.

A decir de su mamá, Jazhel de Anda, la situación fue difícil al principio, cuando la niña preguntaba por qué a ella le habría ocurrido. “Así de chiquita hubo un momento en que se enojó con Dios; pero nuestra familia nos apoyó mucho”, expresa su mamá que la acompaña en la conversación.

“Mi familia que vive en Estados Unidos me hablaba por teléfono y me decía todo lo bueno de mí y que algún detalle debía de tener”, agrega Marleth, quien actualmente cursa el segundo año de secundaria.

De un momento a otro, la niña debió enfrentar el reto de una alimentación sana, que excluyó los dulces por completo y llevar un control de todo lo que comía.

“Al inicio me pusieron un plan muy estricto, aunque luego fue menos. Pero primero era nada de azúcar. Además, tenía que pesar cada cosa que comía y anotar cuantas calorías tenía y cómo me sentía y si no se me subía el azúcar.  Y lo tenía que hacer yo y no mi mamá”, explica.

A ello se sumó la necesidad de cumplir con sus dosis de insulina diaria, lo que impactó también en la convivencia con sus otros familiares y amigos.

“Todos aprendieron a inyectar: mi mamá, una tía, mi abuela, otra tía. En cada casa donde me quedaba. Mucho tiempo no pude ir a dormir con mis amigas porque ni modo que mi mamá fuera tempranito a inyectarme”, dice.

El padecimiento hizo que Marleth pasara en corto tiempo, de ser una inocente niña que en sus cartas a Santa Claus pedía le quitaran su diabetes, a una adolescente madura que entiende y acepta su enfermedad y que reconoce que debe esforzarse el doble para superar los retos que implica “sobrevivir” la secundaria.

“Me sé autocontrolar, pero ahora me cuesta más trabajo por la escuela, por la alimentación ya no. Pero sí me estreso mucho, por los exámenes, las tareas. Yo ya sé, por ejemplo, que si me duermo tarde y no descanso bien, el azúcar la voy a traer alta. También cuando lloro o me pongo triste”.

Desde hace tres años, Marleth se inyecta sola sus dosis de insulina. Comprendió la importancia del autocontrol para llevar una vida normal. Es una estudiante dedicada, habla inglés, le apasionan las redes sociales y se dice segura de querer seguir estudiando y ser nutrióloga, además de “viajar por todo el mundo”.

Sabe reconocer sus síntomas de descompensación, los tipos de insulina que requiere, lo que ocurre en general con su cuerpo.

“Sé también que debo de tomar mucha agua y lo hago. Y aún así mi piel se reseca”

Y explica:“mi cuerpo no agarra bien los líquidos. No los recibe bien. Y mi cabello no crece porque las vitaminas no las agarra para lo que debería, sino también para energía, y no engordo porque mi cuerpo agarra mi grasa de energía y por eso tomo mucha agua y orino tooodo el día”.

Marleth dice que luego de 7 años con la enfermedad, se siente tranquila porque sabe que puede vivir con ella si se cuida. Cada tres meses tiene consultas y dos veces al año estudios. A la fecha, no presenta ninguna complicación ni ha requerido hospitalización en ningún momento.

“Hay personas que batallan más. Pero yo ya no. Sé que tengo que controlar mi humor, mis enojos y eso sí a veces me cuesta más, pero mi vida sigue si me cuido. No tengo problema con mi enfermedad, salvo el piquete de la inyección…”, finaliza y sonríe.

http://www.vanguardia.com.mx/ninosentredoctoresestanenfermosyaunasisonrien-1276739.html

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